Reproducimos a continuación un interesante artículo de análisis de Jaron Rowan (integrante de YProductions y del Free Culture Forum) publicado en el periódico Diagonal acerca de la apertura  de nuevos modelos de negocio culturales que transitan de los postulados de la cultura libre a las prácticas  neoliberales; una pelea por rentabilizar la producción cultural que obstaculiza el debate sobre como potenciar el procomún.

La ‘reeducación’ industrial vence con el modelo Spotify

El movimiento de la cultura libre nació inspirado en parte por el auge sin precedentes del software libre (que ha demostrado que la militancia y el mercado no tienen por qué estar reñidos), y en parte como respuesta a la progresiva privatización de la cultura por parte de grandes corporaciones. Éstas, con poderosos lobbies, han conseguido de forma progresiva que los diferentes Estados secunden sus intereses instaurando regímenes de propiedad intelectual cada vez más restrictivos, como hemos comprobado con la reciente implementación de la ley Sinde.

En un momento histórico dominado por el crecimiento y hegemonía de los medios digitales y la centralidad del conocimiento como elemento productivo, corporaciones del entretenimiento y representantes de las industrias culturales han luchado por limitar el uso y acceso a sus productos reivindicando de forma exclusiva el valor económico de la cultura. De forma paralela hemos experimentado un drástico abaratamiento de los medios de producción y de las herramientas digitales. Muchas personas, con cierto bienestar económico, pueden filmar sus propias películas caseras, grabar sus discos, realizar collages, alterar fotografías, etc., dando pie a una auténtica cultura del remix cotidiano que pone en crisis la figura tradicional del o de la creadora.

Los movimientos en defensa de la cultura libre exigen el derecho a compartir y acceder a todas estas nuevas manifestaciones culturales. Denuncian la creciente privatización del acervo cultural. Han puesto de manifiesto los sistemas de control de los usuarios que construyen y navegan en internet o han denunciado las formas en que ciertas administraciones públicas han secundado los intereses de entidades de gestión en detrimento de los intereses generales de la ciudadanía.

La sostenibilidad cultural

De forma paralela, otra preocupación se ha impuesto en muchos de los foros y encuentros promovidos por la cultura libre. ¿Cómo hacemos sostenibles estas nuevas prácticas culturales? Esta pregunta busca responder a dos realidades: la de quienes crean contenidos y quieren vivir de su trabajo, y a las acusaciones de las industrias culturales que consideran que el intercambio de archivos empobrece a sus artistas. La voluntad de definir prácticas económicamente sostenibles ha dado pie a una de esas coaliciones estratégicas que debemos analizar con más detenimiento. Bajo el lema de “nuevos modelos económicos para la cultura”, los movimientos que defienden la cultura libre se han acercado peligrosamente a sujetos e ideologías liberales que en su afán por liberarse del Estado y sus diferentes administraciones abogan por dejar la cultura en manos del mercado.

Recientemente hemos sido testigos de una proliferación de encuentros y debates centrados en repensar los nuevos modelos económicos que sustentan las prácticas culturales. La lógica que representan es muy simple, la supuesta “piratería” y el fácil acceso a contenidos online van en detrimento de quien crea contenidos. Para solucionar esta situación hay que definir nuevos modelos que garanticen el acceso a contenidos a la par de generar cierta remuneración para sus creadoras. De esta manera, se desplaza un problema político a uno meramente técnico. Si el mercado es capaz de diseñar dispositivos que faciliten el acceso a contenidos previo pago, la ciudadanía se “reeducará” y dejará de incurrir en su legítimo derecho a la copia privada. De esta manera empiezan a sonar nombres de plataformas digitales como Netflix, Spotify, Jamendo, Filmin, etc., como soluciones a un problema mucho más complejo y multidimensional. Ha sido frecuente escuchar en estos encuentros críticas a las subvenciones públicas –menospreciadas en detrimento de la inversión privada–, una opción de financiación aparentemente mucho más lícita y loable.

Con facilidad se compara con la reconversión industrial para negar su vertiente política y disfrazarlo de una mera transformación económica, como si una cosa no supusiera automáticamente la otra. Lamentablemente, los nuevos modelos tienen poco de nuevo (patrocinios, financiación distribuida o la reducción del precio de los productos).

Estas soluciones temporales obstaculizan debates de más calado sobre la cultura como un procomún o que ponen en crisis la figura del o de la creadora para revelar la capacidad creativa de la sociedad. La necesidad de constituir comunidades fuertes con derechos, pero también con obligaciones, choca con la subjetividad liberal. Ésta quiere interactuar con los demás sin constricciones, y su deseo de disfrutar de bienes culturales se debe saciar al instante. Aquí se ven los límites de esta articulación estratégica.

Si en lugar de situar el mercado como solución, nos planteáramos la importancia de defender un procomún cultural caracterizado por un dominio público rico y accesible, el presente debate tomaría un cariz completamente diferente. Si en lugar de pensar en nuevos modelos de negocio, pensáramos en nuevos ecosistemas productivos vertebrados a través de comunidades responsables que definen las reglas de acceso y uso del procomún cultural, nos veríamos abocados a un debate más complejo que no busca sólo cambiar un modelo productivo, sino que obliga a repensar la propia base productiva. Es por ello que necesitamos desactivar la lógica liberal que domina la discusión, si realmente queremos pensar en sostenibilidad y en la cultura como un conjunto de elementos y valores económicos, sociales y culturales.

Fuente: Periódico Diagonal.

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