Las prácticas cooperativas son una constante indisociable de las sociedades humanas, desde aquellas como las cazadoras-recolectoras hasta las sociedades “occidentales” de nuestros días. Este modo de entender las relaciones sociales se ha opuesto de una manera más o menos consciente a las lógicas individualistas y de competencia, las cuales adquirieron gran auge durante la Época victoriana, en pleno desarrollo de la Revolución Industrial. Se basaban en el principio básico del darwinismo social, a saber, la lucha entre individuos o grupos humanos como factor principal de progreso social y biológico. Sin embargo, antes de la publicación de El origen de las especies (1859) de Charles Darwin, las primeras experiencias cooperativas organizadas habían comenzado a fraguarse en el mundo del trabajo moderno.
Los precursores
Las características del sistema cooperativo comienzan ya a dibujarse en el siglo XVII, cuando autores como Peter Cornelius Plockboy o John Bellers exponen sus doctrinas sobre la asociación en el trabajo hacia final de siglo. Sin embargo, en esta fase precursora del cooperativismo, y ya en el siglo XVIII, es necesario destacar de manera especial a dos ideólogos: Robert Owen (1771-1858) y Charles Fourier (1772-1837).
Owen, socialista utópico, autodidacta e innovador en técnicas y sistemas sociales, defendía en pleno apogeo de la Revolución Industrial un sistema económico alternativo al capitalismo británico basado en la cooperativa. Intentó llevar sus ideas a la práctica organizando las colonias de New Lanark, en Inglaterra y en Estados Unidos, con desigual fortuna. Hoy en día es considerado uno de los padres del cooperativismo.
Por su parte, Fourier, socialista francés, propuso la creación de unidades de producción y consumo, los falansterios, basadas en un cooperativismo integral y autosuficiente, así como en la libre persecución de lo que llamaba pasiones individuales y de su desarrollo, lo cual construiría un estado que denominaba armonía. De esta forma anticipa la línea del socialismo libertario y de sus posteriores aportaciones al mundo del cooperativismo.
El primer éxito: los Pioneros de Rochdale
El punto de partida efectivo del movimiento cooperativista se puede fechar en el 24 de octubre de 1844, en Inglaterra, cuando 28 trabajadores de la industria textil de la ciudad de Rochdale, que habían sido despedidos tras protagonizar una huelga, constituyeron una empresa que se llamó Sociedad Equitativa de los Pioneros de Rochdale. Dotaron a la empresa de una serie de normas que, presentadas ante la Cámara de los Comunes del Reino Unido, fueron el germen de los principios cooperativos. Estas normas fueron las siguientes:
- Libre adhesión y libre retiro
- Control democrático
- Libertad radical y religiosa
- Ventas al contado
- Devolución de excedentes
- Interés limitado sobre el capital
- Educación continua
- Neutralización de activos y proactivos
El 21 de diciembre de 1844 abrieron un pequeño almacén en la llamada Callejuela del Sapo. Para sorpresa de los comerciantes que les auguraron un rotundo fracaso, la incipiente institución fue creciendo e incluyendo en su organización a muchas personas de localidades aledañas.
Los principios cooperativos hoy
Este primer éxito del movimiento cooperativista sentó las bases sobre las que hoy se construyen los principios del cooperativismo, revisados por última vez por la Alianza Cooperativa Internacional (ACI) -institución nacida en el 1895-. Estos principios son:
- Adhesión voluntaria y abierta
- Gestión democrática por parte de los asociados
- Participación económica de los asociados
- Autonomía e independencia
- Educación, formación e información
- Cooperación entre cooperativas
- Interés por la comunidad